Debido a mi trabajo, en el hospital general, estoy diariamente en contacto con la vida y la muerte. Extrañas circunstancias suceden a mí alrededor. A veces tengo la sensación de ver ángeles y demonios. Parecen observarme, aunque hasta aquel entonces jamás se habían acercado. El caso es que me gusta salir a correr por el paseo marítimo en las oscuras noches de invierno. Después de una dura jornada me ayuda a relajarme, desconectar de todo lo visto y lo vivido. El hospital tiene tragos no demasiado fáciles de digerir.
Subiendo por la muralla que limita el paseo se accede a una playa solitaria y, pasando bajo un túnel que salva las vías del tren, se adentra un sendero en una urbanización que ladea siempre paralela al mar. Así como por el paseo es fácil encontrarse a otras personas haciendo deporte, más allá de las vías del tren jamás cruza nadie. El sendero transcurre en la más absoluta penumbra, solo iluminado por las luces lejanas de algunas casas. Eso permite que las noches de luna llena se proyecten toda suerte de sombras sobre el camino. Los árboles que flanquean el sendero adoptan negras formas amenazantes. Sin embargo, correr por el sendero no me produce ninguna clase de reparo.
Era consciente de la presencia de perros guardianes en las casas de la urbanización, pues es habitual que alguno ladre en la lejanía al detectar mi intrusión por el sendero. Una vez escuché muy de cerca el rumor y gruñidos de uno. Tuve que dar media vuelta a toda velocidad antes de tener que lamentar daños mayores. Desde aquel entonces salgo a correr con una navaja metida en una funda con una hoja de un palmo. No sé si podría defenderme de un perro con esa arma, pero por lo menos me aporta seguridad.
Ocurrió una noche de viento y mucho oleaje. El mar rompía con fuerza contra la costa levantando una neblina que cubría más allá del sendero. Esa noche pocos se habían aventurado a salir a correr. Por descontado el sendero se encontraba completamente solitario. El frío, el viento y la neblina, conjugados con las sombras de la luna, ofrecían un aspecto terrorífico todo a lo largo del camino. Estaba pensando que había sido un error salir a correr aquella noche cuando escuché un sonido de roce en los matorrales. Atento saque la navaja, pero la forma que se definió ante mi echó por los suelos cualquier expectativa de defensa. El perro más enorme que jamás hubiera podido imaginar se cruzó delante de mí. Su pelaje gris oscuro, lobezno, y sus ojos púrpura apenas destacaban en la oscuridad. Cuando abrió la boca y mostró su desafiante dentadura supe que no tenía escapatoria. Por si aquello no fuera poco, la bestia pareció erguirse sobre sus patas traseras. En poco segundos aquel ser infernal estaba andando hacia mí. Las lágrimas de terror empezaban a llegar hasta mi boca mientras retrocedía impotente esperando el ataque de la bestia que, sin rugir ni empujar, me obligaba a seguir retrocediendo a medida que continuaba avanzando a dos patas hacia mí. Así estuvimos un rato que me pareció eterno, esperando a que llegara el final. Cuando, de pronto, señaló un espacio negro entre unos olivos. Así permaneció, sin dejar de mostrar sus fauces, hasta que comprendí que quería dirigirme hacia allí dentro. No tenía elección. Me encaminé despacio y agachado por un túnel entre árboles, luego entre rocas, mientras la bestia seguía mis pasos.
Cuando mi vista logró acostumbrarse a la penumbra nos detuvimos. Otro de aquellos seres yacía en el suelo, parecía enfermo o herido. Al poco tiempo comprendí que debía examinarle. Le habían disparado con una escopeta de caza. La metralla le había perforado el estomago. Explique en voz alta que debía ir a mi casa a por el material necesario para practicar la cura o de otra forma moriría a las pocas horas. Accedió. Al llegar a mi apartamento dudé si quedarme allí refugiado o regresar con el material quirúrgico. Si no regresaba era consciente que aquella bestia no cesaría hasta acabar conmigo. Sabía quien era puesto que conocía cual era mi profesión. Debía cumplir, pues, con mi palabra. Así que regresé hasta su escondrijo. Sedé a la bestia herida, le aplique suero fisiológico, limpié las heridas y luego las cosí. Cuando hube terminado no sabía que clase de suerte me esperaba. Me encaré hacia el ser que me había abordado en el camino y supe que mi recompensa era la vida.
He seguido saliendo a correr por aquel sendero. Tal vez con la esperanza de saber algo más acerca de ellos, o tal vez con la esperanza de... una solicitud inconfesable.
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Hola Raül,
ResponderEliminarMolt original. M'ha agradat.
Una abraçada