Primeras clases gratis

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domingo, 25 de abril de 2010

MARISA

http://relatscurts.tmb.cat/aspx/ca-ES/relat_view.aspx?sid=5503

Hoy era uno de esos días en los que te propones poner orden en la casa. La verdad es que ocurre pocas veces al año. Pero el día que te pones, te pones. Sacando el polvo a varias carpetas y archivadores encontré unas que no tenía ni idea de lo que contenían. Las abrí con la misma curiosidad que el gato examina el interior de la despensa, sin saber que me esperaba. De entre todos los papeles que contenía me sorprendió encontrar mi primer poema de amor. Lo escribí no quiero ni acordarme cuantos años hace. Lo que sí recuerdo con total claridad, como si fuera ahora, es que lo escribí para una niña que me gustaba. Se llamaba Marisa. La veía todos los días en clase, pero jamás me atreví, ni por asomo, a decirle lo que sentía por ella. No obstante, por aquel entonces ya me había dado cuenta que sabía expresarme mejor por escrito que de viva voz. Así que, ni corto ni perezoso, inspirado por una musa que sentía como la más especial del mundo, empecé a escribir, encerrado en mi habitación, un poema titulado Mar y Brisa, en alusión a mi platónica musa.

Una vez terminado no fui incapaz de entregárselo en mano. Así que anduve varios días pensando que hacer con el poema de marras. A mi me parecía de lo más bonito. Si conseguía que leyera esos versos, ¿serían capaces de infundir un cambio en sus sentimientos hacia mí? La duda me corroía por dentro. El fin de semana utilicé las monedas que me había dado mi madre para tomarme una Coca-Cola para comprar un billete de autobús e ir a su barrio. Sabía su dirección y teléfono, al igual que sabía el de casi la totalidad de mis compañeros de clase. Era algo habitual por aquel entonces, intercambiarse esos datos. Aparecí, pues, en su barrio, una ciudad dormitorio donde todos los edificios y calles, al más puro estilo soviético, parecían iguales. Funcionales, sin ninguna clase de encanto. Tuve que preguntar a tres o cuatro transeúntes por la dirección del inmueble. Tardé más de media hora en dar con este. Cuando por fin lo encontré un hormigueo recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Temía encontrarme con ella en aquel preciso momento. ¿Qué le hubiera dicho? Imposible justificar allí mi presencia. A medida que me acercaba al edificio crecía más y más la inquietud en mi interior. Llegué, por fin, hasta el interfono del bloque y pulsé el timbre de un par o tres de vecinos. Cuando contestó el primero solté, con total seguridad, el ábrete sésamo que sabía no podía fallar: “correo comercial”. Un sonido reverberante me dio paso al interior de la comunidad. Busqué su buzón y, una vez lo hube encontrado, deposité el sobre con el poema y salí corriendo de allí.

El lunes llegué al colegio expectante. Tenía la esperanza que aquello no la dejaría indiferente. Esperaba en el patio - inquieto, nervioso, dudando - el timbre para subir a clase cuando apareció ella. Parecía un ángel. Sonreía mientras hablaba con un par de amigas, compañeras de clase. Todos los alumnos nos dirigimos hacia las escaleras para subir a nuestra aula en el primer piso. No perdía de vista a Marisa. Y fue en esa misma escalera donde coincidimos; Me vio. El corazón se detuvo. Debía esperar su reacción, y sonrió de oreja a oreja. Una inyección de alivio recorrió mis venas. Esperó a que llegara a su altura. Me miro fijamente, sin dejar de sonreír, mientras se hacía el silencio a mi alrededor. Yo la miré fijamente, no sabría decir durante cuanto tiempo, hasta que por fin dijo las siguientes palabras: - Recibí tu poema. Muchísimas gracias. Me ha parecido superbonito. Y con aquellas palabras me dio un beso en la mejilla. Una marabunta de niños, voces y ensordecedora algarabía me envolvió de pronto. No obstante, el tiempo pareció haberse detenido en aquel instante. La más increíble sonrisa jamás vista por aquel niño asomó en sus labios. Luego dio media vuelta y siguió subiendo escaleras arriba. Cuando quise darme cuenta estaba allí solo, a medio subir.

Estuve esperando hasta la hora del patio. Después de desayunar mi bocata, jugaba a futbol con los habituales, empleando una lata de refresco a modo de balón y una pared como improvisada portería. Vi a Marisa con sus amigas. Ellas jugaban a saltar con una goma elástica negra que enrollaban entre sus piernas. La lata seguía sonando, rodando y rodando por el suelo a cada nuevo chut. Marisa se detuvo a mirarme, comentó algo a sus amigas. Todas me miraron, sonrieron, y, por espacio de unos segundos, fui el Rey del mundo.

1 comentario:

  1. .... hui quan de temps sense entrar i veig que tu també molt de temps sense afegir escrits.

    El mar absorbeix totes les aficions.

    Una abraçada

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